Permítanme en primer lugar que dé las gracias a Teresina Jordá por la invitación de esta tarde-noche, porque no sólo me permite hablar de alguien tan apreciado y admirado como Delfín Colomé, sino también de reencontrarme con algunos amigos y amigas tan queridos y con quienes hacía demasiado tiempo no había podido charlar distendidamente.
Agradezco igualmente la solicitud de que mi parlamento fuese breve, y no por aquello de si breve doblemente bueno (cosa que nunca me pareció cierta) sino porque lo trascendente hoy es el recuerdo de Delfín gozando con sus composiciones interpretadas por Teresina, Pablo y Verónica.
También agradecimiento por pensar en mí para dirigirles unas palabras. Mi reconocimiento es mayor por cuanto no poseo ninguna de las dos condiciones y dedicaciones a las que Delfín consagró sus esfuerzos y sabiduría: la diplomacia y la música.
Evidentemente no formo parte del cuerpo diplomático, aunque sí pertenecen a él algunos amigos (uno de ellos, por cierto con responsabilidades actualmente en Estados Unidos, me decía que para él nuestro homenajeado era el mejor ejemplo de diplomático eficiente y responsable, ya que su capacidad de unir relación internacional con un amplio conocimiento cultural le permitía ser el modelo no solo a imitar sino más rentable para su nación. Un diplomático que sabe que la cultura es el mejor pasaporte para ser bien recibido en un país es, sin duda, un buen, un magnífico representante).
Por otra parte, lo reconozco, soy una vergüenza en el campo de la música, sobre todo, para mi familia. Hijo y hermano de músicos, a pesar del esfuerzo económico que mi padre dedicó en mi etapa escolar en un internado, jamás logré interpretar al piano algo que fuese más allà de un lamentable “Para Elisa” tópico, y en mi caso, trágico. Porque en mi mismo colegio un niño de edad parecida a la mía nos dio un recital que me dejó anonadado, y acobardado por mis escasas cualidades. Ese niño se llamaba Carles Santos.
Pero si no reúno ninguna de las cualidades de Delfín sí tengo por el una admiración sincera y una amistad que iban más allá de los escasos momentos que podíamos charlar o congregar, ya que sus destinos y mis obligaciones nos permitían muy de tarde en tarde los encuentros.
Y mi admiración se sustenta, además de por su calidad profesional y humana, en la bondad e ingenio y humor que destilaba.
—————————————————-
A menudo la ironía es contemplada como algo que distancia o pone una especie de muro entre los corresponsales. Se confunde a menudo ironía con sarcasmo y aún con burla. Dos autores, conocidos y queridos por Delfín, Josep Pla y Joan Fuster, decían que solo la ironía permite a los humanos superar estados agónicos de falsa seriedad o etapas pusilánimes y además permite una franqueza bien saludable. No es, la ironía, una guasa punzante ni una causticidad doliente. Delfín lo expresó magníficamente cuando en la presentación del libro del Dr. Rumbau, sobre la medicina y el canto, señaló: la ironía es una de las pocas violencias que los intelectuales se pueden permitir. O lo que viene a ser lo mismo, si todas las violencias devinieran solo en ironías otro gallo nos cantara.
Recuerdo como en uno de sus viajes a Valencia para intervenir en los ENSEMS (no sé si el año 1992 cuando dicto una magnífica conferencia sobre Musica y desarrollo o en el 95 cuando el tema fue Compartir el tiempo) el entonces Conseller de Cultura y Deportes quiso entrevistarse con él para pedirle, como diplomático con buenas relaciones internacionales, que ayudase al gobierno autónomo a conseguir que los próximos Juegos del Mediterráneo se celebrasen en la ciudad del Turia. Siempre tan discreto pero tan sincero ofreció su colaboración, especificando que era muy modesta, que no más allá de uno o dos votos podía proporcionar a la candidatura valenciana, sentenciando al final: Pero por favor no me pidan que corra los 100 metros lisos, mi aportación sería lamentable.
En otro momento, ante unos comentarios poco afortunados de un compañero sobre la configuración autonómica de España, respondió: Oye pues mejor, seremos embajadores de dieciocho países, evidentemente con sus correspondientes emolumentos.
Era él el primero en ser destinatario de su ingenio. Como muchos de ustedes sabrán, estuvo a punto de ser nombrado embajador en Perú. Semanas después de ser destinado a Manila se produjo el asalto de la embajada japonesa en Lima por parte de un grupo guerrillero peruano (creo que era Sendero Luminoso). Cuando le comenté a Delfín de la que se había librado, ya que en el asalto prácticamente quedó retenido todo el cuerpo diplomático, me respondió: Mucho peor de lo que te imaginas, porque con mi físico seguro que me hubiesen tomado por un japonés indescifrable. Imagínate.
En otra ocasión, con motivo de su nombramiento como Director Gral. de Relaciones Culturales y Científicas del Ministerio de Exteriores y ante mi felicitación, aclaró: ¿Sabes el porqué del nombramiento?. Porque sé tocar el piano, és la única razón que ha sabido aportar el Ministro. Claro que en esta ocasión la última palabra no fue la suya sino la mía, porque le señalé (como he hecho a ustedes anteriormente) que eso de tocar el piano debe ser muy importante porque mi padre se gastó una fortuna y aún así su hijo es incapaz de saber poner los dedos decentemente sobre las teclas.
————————————————–
Ustedes saben que bonhomia es una expresión que ya se ha introducido plenamente en el castellano. En el catalán original no solamente tiene valor semántico de persona afable y buena sino de home de be, de hombre de bien. En ocasiones esa bondad permite conocer al niño, al magnífico niño, que algunos llevan dentro y que la mayoría de los mortales hemos destruido (iba a decir asesinado, pero la palabra me parece excesiva) inconscientemente (si alguien lo ha hecho conscientemente, peor para él). En otro de sus viajes a Valencia (allí como en México era donde nos encontramos más a menudo), Elena lo recordará porque recorrimos varias calles hasta encontrar un taller de joyería que le habían recomendado. En ese viaje Delfín estaba interesado, casi diría fascinado, por conseguir una especie de hornillo de gas que por aquellas tierras suele usarse para cocinar la paella (qué difícil es que con un valenciano por medio no aparezca el manoseado plato). Ya podía explicarle que las mejores se cocinaban con leña que él sabía, se lo habían dicho, que también en esa especie de parihuelas salían muy ricas. Al fín pudo hacerse con el artefacto y exhibir sus grandes dotes restauradoras.
Era capaz de sorprenderse ante cualquier novedad inesperada hasta entusiasmarse contándolo a los amigos. En su primera estancia en México encontró señales de balazos en una pared de la residencia donde se hospedó. A partir de ese descubrimiento nos contaba, con gran deleite por su parte y expectación galopante por la nuestra, de la afición mexicana por las pistolas y los tiros. Recuerdo que el Cónsul Gral. de España en Guadalajara creo que se apellidaba Dilla, y si mal no recuerdo era turolense y había estudiado Derecho en mi facultad valenciana, cada vez que organizaba un acto colocaba dos grandes mesas a la entrada del consulado para que allí depositasen sus respectivos pistolones los invitados. Delfín se divertía, y nosotros gozábamos, señalando la variedad de cartucheras y armas que allí se confiaban mientras durase el acto.
También el día que visitando la plaza Garibaldi, con el gran amigo y musicólogo Angel Cosmos a quien Delfín dedicó un obituario especialmente sentido, nos encontramos que un tiro, escapado del fácil manejo del arma de un mariachi, había rebotado en una pared y había rozado la pierna de un señor sentado en uno de los bares de la zona. Se trataba del director de cine español, Ventura Pons. Ventura velozmente tomó el primer avión que le devolvió a España mientras nosotros oíamos la detallada y suculenta narración de Delfín.
Un escritor citado anteriormente y bien conocido de Delfín, Josep Pla, escribió una serie de aproximaciones biográficas tituladas homenots. Con ellas procuró que algunas de las personalidades más relevantes de la sociedad y cultura fuesen apreciadas por sus conciudadanos. Lástima que Plá no viviese para conocer a un auténtico homenot con un espíritu jubiloso, optimista y diligente que sabía aunar lo más trascendente con lo más afectuoso. Hubiese escrito una magnífica obra.
——————————-
Supongo que estoy agotando mi período de gracia. Perdonen que me haya excedido en el tiempo que no en la justicia a la memoria de un gran hombre, pero permítanme que finalice con unas palabras del propio Delfín (algo alteradas, eso sí) que pronunció en la presentación del libro del Dr. Rumbau señalado anteriormente: Quisiera terminar transcribiendo y suscribiendo personalmente, lo que se dice en uno de los últimos parágrafos: El trabajo preparado y realizado por Delfín Colomé es fruto del amor a la diplomacia y a la música. Si a estas motivaciones unimos que contiene unas aportaciones profesionales de primer nivel, podemos afirmar que la obra, el ejemplo de Delfín Colomé, ha de ser un referente para diplomáticos, músicos, estudiosos de ambas profesiones y aún de todos aquellos que pretenden un mundo más justo y vivible.
Para nosotros, sus seres queridos y sus amigos, siempre será el espejo que nos ofrecerá nuestro mejor semblante y nos impulsará a emularle, ya que con ello recobramos un ser querido y lo mejor de todos nosotros.
Hola Jesús,
Me ha emocionado leer este homenaje a Delfìn quien me honró con su amistad. Muchas gracias