Nunca he sido un habitual, y continuado, visitante de cafés o casinos. Y menos en estos últimos tiempos en los que los bares parecen haberse metamorfoseado en simples emplazamientos donde engullir bebidas con acompañamiento ensordecedor. Reconozco que mi tendencia doméstica propicia más horas sentado con un libro en las manos o contemplado las nefastas noticias televisivas que delante de una barra tomando cualquier brebaje alcohólico o un fragante café irlandés. Pero registro y acepto que muchos de aquellos establecimientos han llegado a ser símbolo o referente de muchas poblaciones y aún países. Pamplona, y toda Navarra, por ejemplo tiene en el Café Iruña un signo identificativo tan poderoso como cualquiera de sus manifestaciones folklóricas o etnográficas, y el Café Gijón o el antiguo Pombo de Madrid son páginas relevantes de la literatura del siglo XX.
Algunas veces los casinos, bares o cafés han sido el refugio donde las conversaciones libres, y acaso libertinas, se han ubicado ante la falta de espacios donde la palabra pudiera manifestarse frente a la incuria personal, aburrimiento casero o totalitarismos sociales, religiosos y políticos.
En ocasiones hasta podían ser verdaderos centros de conocimiento y saberes. Aún recuerdo aquel ilustre empresario ondense que acudía al antiguo Café Llopis habiéndose aprendido casi de memoria el artículo de fondo del periódico ABC. Y como lo exponía, claro está sin mencionar su origen como si de cosecha propia se tratase, hasta el día que un contertulio apareció con un diario escondido y cuando el ilustre empezó su perorata él abrió por la página correspondiente siguiendo letra por letra lo que se estaba exponiendo. Desde aquel día la famosa “tercera de ABC” desapareció, yo creo que para mal, de una tertulia viva e interesante.
En un período, el que media de la incivil guerra del 36-39 a la instauración de la democracia, fueron los comentarios en cafés y bares elemento vivificador de movimientos sociales. No solo como acicate, en ocasiones también adquirieron la condición de lugar social desde el que estructurar una entidad deportiva o una asociación cultural. Mi primera “agulleta” (ahora llamamos “pin”) del equipo de futbol de Onda y mi primer pase de socio lo saqué en el Café Llopis.
Cada vez que paso por delante de Llopis Junior no puedo dejar de evocar el amplio espacio del Café Llopis donde la Peña Zamora, pero tantas otras peñas y personas, establecieron un reino donde la palabra, la libertad para expresar ideas y sentimientos, para acalorarse con el resultado del último partido o para contemplar la jugada de billar más carambolesca iban unidos al agua de “seltz”, a la copa de coñac Magmo o al vaso de un vino peleón de aquellos anteriores a la modernez de la enología más mecanizada.
No pretendo magnificar un pasado en el que las posibilidades materiales eran eminentemente insuficientes. En el que las necesidades jamás se cubrían totalmente. Un pasado tamizado por las películas del Cine España infantil, del Ideal para los padres, acompañado por unas gaseosas de colores dubitativos y cacahuet semitorrado. En absoluto. Pero los pueblos sin raíces son pueblos sin alma ni futuro. Las personas sin pasado están castradas para el presente y lo que ha de venir.
Por eso solo por eso, hoy cuando he leído en la prensa que va a cerrar el Café Llopis, que va a finiquitar un local que fue centro de reunión, de vida, de palabras y, todo hay que decirlo, alguna que otra vez de gritos desaforados y malos modos, no he podido sino sentirme nostálgico no tanto por un tiempo que ya fue, y que se acabó en buena hora, sino por la pérdida de unos espacios que formaron parte importante en la vida de tantos y tantos adultos actuales y de sus padres.
Esta globalización que parece engullirse todo lo habido y por haber va a convertir el reducto de Llopis en un banco, me dicen. Sin duda el dinero puede muchas cosas, ya lo decían los clásicos y hasta el gran Anselm Turmeda indicó que el dinero puede hacer santo al diablo, sabio al tonto, verdad de la mentira, pero, no lo duden, cuando vuelva a pasar por el Carrer Sant Miquel y la Safona y vea una oferta de crédito hipotecario en lugar de la pizarra de precios del “Choleck” o del café jamás podré olvidar que en ese lugar, en ese sitio, se contaron mil historias, rieron y se emocionaron varias generaciones de ondenses, se barajaron proyectos y se hundieron esperanzas, se gestaron amistades y nacieron sentimientos, se hablo de futbol, de toros, de política, de religión, de agricultura, de industria, de cultura (aunque no tanto como hubiese sido de desear), de todo lo divino y humano. Jamás podré olvidar que ese lugar fue un lugar vivo, con vida propia, algo de lo que estamos tan necesitados en estos tiempos de cerrazones individuales y uniformismos estériles.
Por ti, Café Llopis, hoy brindará un abstemio con una copa de Magno.
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