Las Cortes Valencianas en la celebración de su día, el 25 de Abril, han concedido a título póstumo su mayor distinción a ANTONIO MORENO. Seguramente son muchos los ciudadanos y ciudadanas de este país que desconocen la gran tarea y la bondad personal de esta persona que nos abandonó prematuramente hace un año. Probablemente en su ciudad, Alicante, era más conocida su trayectoria política y personal pero en cualquier caso dudo que se le haya reconocido en toda su espléndida dimensión humana y civil.
Antonio, seguramente uno de los parlamentarios valencianos más sólidos de la historia moderna de las Cortes Valencianas, era fiel manifestación del político absolutamente volcado en el trabajo para beneficio de la ciudadanía. Jamás en sus brillantes y profundas intervenciones recurrió a descalificaciones personales o ataques barriobajeros para desarbolar a sus adversarios. Eduardo Zaplana, en su etapa de president de la Generalitat, se las veía y deseaba para poder contrarrestar el sentido común y la lógica de unas intervenciones a las que temía más que a la de cualquiera de sus oponentes, y aún supuestos amigos, políticos. Porque Antonio presentaba sus propuestas o preguntas siempre desde la sensatez de quién tiene los pies bien asentados en el suelo, de quién sabe que su primera misión deriva de su compromiso con aquellos que le confiaron su representación pública.
Pero con todo su saber y valer político quienes tuvimos la suerte de trabajar con él jamás podremos olvidar su valía personal y su afecto. En uno de los últimos encuentros que tuvimos, cuando ya no era portavoz del Grupo Parlamentario Socialista en las Cortes y estaba en la mesa de nuestro parlamento, además de emplazarnos para una futura comida (siempre lo hacíamos y pocas veces lo concretábamos) me estuvo hablando de mil problemas todos ellos referentes a necesidades del país. Comenzó interesándose por el estado de mis familiares y de tantos amigos comunes para a continuación despacharse largo y tendido de temás concretos que iban desde necesidades puntuales de algunas familias y barrios alicantinos hasta cuestiones patrimoniales de comarcas castellonenses (aunque siempre me repetía que “eso de la cultureta es cosa tuya”). Ante tal avalancha de interrogantes no pude por menos que decirle si se creía capaz de resolver los problemas del mundo, y con esa sonrisa que emanaba más de los ojos que de la boca, me respondió: “Si los políticos hiciesemos nuestras, lacerantemente nuestras, las causas singulares de la gente serviríamos mejor a la sociedad que con esas discusiones, a veces tan estériles, en las que nos perdemos tan a menudo”.
Creo que pocas veces la alta distinción de las Cortes Valencianas ha sido concedida con tanto acierto como este año al otorgársela a un hombre ejemplo y modelo de lo mejor de quienes se dedican a la política pero también referente de una forma de ser afectuosa y sensible que debiera ser más habitual en este mundo tan esclerotizado que nos ha tocado en suerte. Creo sinceramente que Antonio Moreno debía presentarse como paradigma de ciudadano honrado que hizo de su vida una dedicación absoluta y apasionada al servicio de la comunidad. Creo, y lo creo firmemente, que esa sociedad nuestra está necesitada de Antonios Morenos para superar tantas injusticias, desigualdes, malos modos y desencuentros. Por eso su ausencia es tan dolorosa y tan difícil de suplir su esfuerzo y capacidad.
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