Sin duda la historiografía de la Universitat de València y de los movimientos estudiantiles ha perdido, con la ausencia de María Fernanda Mancebo, una de las personas más interesadas e interesantes en la investigación de uno de los elementos clave de la sociedad valenciana del S. XX. Una pérdida difícilmente subsanable. Pero aquellos que la estimábamos y nos considerábamos sus amigos todavía nos parece impensable no verla, con su decido caminar, entre nosotros aportando sensatez al apasionamiento incontrolado que a menudo aparecía en nuestras reuniones.
Las personas tendemos a sobrevalorar nuestras opiniones cuando nos sabemos poseedores de verdades o por lo menos de causas justas y justificadas. No admitimos fácilmente que aquello “que está tan claro” no se asuma sin el menor cuestionamiento. Sé que tal comportamiento es poco científico y muy hijo de la pasión, pero en cualquier caso todos, científicos o artistas, tienden a hacer prevalecer con ardor sus posicionamientos. Solamente a Nana jamás la vi elevar la voz para aportar su verdad. Manifestaba su opinión, sus hallazgos, “sus verdades”, pero nunca intentó, aún sabiendo que también su círculo de amigos las asumía o no las asumía, dotarlas de valor inmarchitable o de dogmatismo eclesial. Casi parecía que intentaba rebajar su valoración no por falsa modestia sino porque su humanidad no pretendería jamás ni en ninguna circunstancia excederse de la propia condición terrenal.
Y una persona con esas cualidades, entre amigos, no sólo se nos presenta como nexo necesario de las relaciones sino como componente imprescindible de la propia existencia del grupo.
Un grupo, en nuestro caso, aparentemente compacte ideológicamente pero con más aristas de lo que externamente se percibía. Solo ella era capaz, no desde la aparente neutralidad sino desde el raciocinio más consciente, conjugar opiniones y enlazar posicionamientos. Claro está que no se trataba de polémicas rudas o bruscas sino de discusiones sobre temas históricos o sociales, pero no por ello capaces de llevarnos a situaciones con una cierta tensión y aún virulencia expositiva.
He de manifestar mi admiración por la historiadora, por la profesora, que nos rescató una memoria que la oscuridad pretendió siempre borrar. Pero permítanme que me refiera especialmente a la Nana amiga, aquella magnífica mujer cuya sola presencia apaciguaba cualquier conato alterador y situaba las relaciones personales entre las claves del ser. Un pequeño regalo, una palabra adecuada, una sonrisa oportuna y su desenfadado trato arramblaban con cualquier prevención. ¡Qué difícil es hallar una persona así actualmente!.
Pero sería injusto si sólo valorase su proceder amical o si redujese ese comportamiento desde una óptica parcial. Porque su amistad era fuente, es fuente, de conocimiento y descubrimiento. Gracias a Nana pude conocer instituciones tan relevantes en la historia valenciana como la Escuela Cosío o el Instituto para Obreros. Interesarme y editar trabajos sobre estas y otras instituciones. Conocer a algunos de los que allí se formaron. Iniciar un contacto primero intelectual pero rápidamente también de profunda amistad con antiguos alumnos de aquellos centros.
Recuerdo con especial cariño el acto de homenaje –la entrega de la Medalla de la Universitat de València- a la F.U.E. y a Matilde Salvador. Creo que el acierto de la Universitat en distinguir a una institución y a una persona en el mismo acto no sólo fue una feliz coincidencia –por otra parte tanto el sindicato estudiantil como la compositora eran contemporáneos y de planteamientos vitales e ideológicos similares- sino la constatación que la dignidad, el esfuerzo, la lucidez sin ataduras por los años debían enaltecerse, no tanto por los recipiendarios sino como ejemplo para aquellos que habíamos perdido tantos espejos en los que contemplarnos. Y siempre detrás de esas acciones veía la mano de Nana. Veía que su esfuerzo, su sapiencia y su dignidad la convertían igualmente en referente.
Su dedicación a la recuperación del papel protagonista de la F.U.E. en la historia contemporánea de la Universitat era tan sincera como vehemente, por eso aquella distinción la hizo suya. Posteriormente, hablando con Matilde Salvador, me comentaba como percibió la felicidad que denotaba el rostro de Mª Fernanda aquel día. Seguro que fue una de las personas con mayor alegría en el acto, me dijo. Le recordé a la compositora que si alguien había hecho una labor relevante para recuperar la memoria y actuaciones del sindicato había sido la historiadora y en consecuencia el mérito de la distinción era también suyo.
La faceta investigadora de la Dra. Mancebo iba unida, sin duda, al interés personal por unos personajes, época y temas que, aún próximos temporalmente, habían sido tan manipulados y tergiversados que para los neófitos en historia contemporánea cualquier aportación rigurosa equivalía a descubrimiento, a abrirnos los ojos ante unas páginas que desconocíamos o se nos enseñaron bastardamente. No solo la Universitat de València en las primeras décadas del XX, no solo las vivencias de un exilio tan silenciado en la España franquista que para los residentes en la piel de toro era novedad absoluta, no solo el papel relevante y protagonista de la mujer española en tantos momentos como por ejemplo en la Resistencia francesa. Todos y cada uno de los libros y trabajos de Mª Fernanda son fiel exponente del rigos de la historiadora más exigente y del afecto, entusiasmo y vehemencia me atrevo a decir, por lo estudiado.
Pero que nadie piense que la pasión y afecto incidían negativamente en la exposición o que escoraban posiciones. En absoluto, todo lo contrario. Como aquellos docentes que con su frenesí y querencia por la materia enseñada permiten a los alumnos acercarse con interés, interés sincero y por tanto crítico, a lo propuesto, las enseñanzas, libros, palabras, artículos, comentarios,….de Mª Fernanda propiciaban decisiones vinculantes y comprometidas de quienes la oían, o leían. Compromiso fruto de la reflexión y el acercamiento a una problemática que apenas podía suponer anteriormente.
En una ocasión a Salvador Espriu le preguntaron porque había elegido lengua y cultura semítica como estudio universitario. Porque tuve un profesor enamorado de esa materia y supo transmitírmelo, respondió. Seguro estoy que los movimientos estudiantiles valencianos del XX, la Universitat, el esfuerzo democrático de tantas mujeres o el exilio producto de la incivil guerra del 36 hubiesen sido el estudio elegido por el poeta catalán , obviando evidentemente el desfase temporal y generacional, de haber seguido las enseñanzas de Mª Fernanda Mancebo.
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