El azulejo, a diferencia de otros productos cerámicos como vajillas o jarrones, parece responder más a esquemas industriales que a planteamientos artesanales o artísticos. Sin duda podríamos, en una tópica y simplista aproximación, hablar de un producto cerámico prosaico frente a otros objetos también cerámicos de supuesto pedigree artístico.
Sin embargo los azulejos, desde su aparición, presentan intervenciones humanas próximas al arte o por lo menos a determinadas tendencias estilísticas. Los vidriados de la azulejería arábigo-andaluza, por ejemplo, serían imposibles sin una voluntad en los autores de crear una propuesta superadora de la estricta practicidad del propio azulejo.
Pero es difícil encontrar en la cerámica un autor que haya elevado la condición del azulejo a la de soporte básico de expresión artística con tan gran dignidad y calidad como Manolo Safont.
Sin duda en Safont se unen dos condiciones esenciales para que ese hermanamiento entre continente (el azulejo) y contenido (la propuesta artística) alcance una fuerza expresiva y una calidad cromática tan intensa como la que se dá en el pintor de Onda.
Por una parte es un hombre nacido en una ciudad donde la producción azulejera no es solo un referente económico sino la base de todo el movimiento industrial y mercantil. Las fábricas en Onda son sinónimo de fábricas de azulejo, no precisan adjetivos ni concreciones. El propio Manolo Safont trabajó durante muchos años en una de estas fábricas, y no es gratuito pensar que sus conocimientos técnicos (imprescindibles para poder generar una obra tan complicada desde el punto de vista pericial) son deudores de esa etapa en la que conjugó horas fabriles con aspiraciones estilísticas. Por eso, de Safont, puede decirse que es una consecuencia de su origen ondense: no se concibe Safont sin Onda, como no se concibe el arte en la Onda actual sin el protagonismo de Safont. Y en esta simbiosis Onda-Safont habría que englobar sus tareas y desvelos por el enriquecimiento cultural de la villa: desde la creación del museo municipal (jamás nadie ha hecho tanto para que Onda pudiese contar con un museo de cerámica digno de la tradición de la ciudad) a las ayudas y estímulos en la gestión de publicaciones y actos culturales y sociales de múltiples formas y ambiciones.
Pero, en nuestro ceramista, confluye una segunda condición que le permite elevar sus conocimientos técnicos al rango de arte: su vocación por expresar mediante el procedimiento cerámico las sensaciones, sensibilidades e ideas fruto de una necesidad de comunicarse con el mundo mediante formulaciones artísticas. Desde sus juveniles años de trabajador de una fábrica su interés para expresarse mediante el arte es evidente. Tanteará caminos diversos: figuras clásicas, cerámica a plumilla, figuras con tendencias cubistas, realismo social, abstracción… pero siempre será consciente que su obra, partiendo de elementos tan simples como el azulejo, barniz y fuego, ha de elevarse por encima de la materia para proponer al espectador unas sensaciones y pensamientos más ambiciosos que los de la simple decoración.
Esa pretensión le impelerá a buscar (mediante mezclas de barnices e intensidades de fuego) formas, texturas y colores absolutamente nuevos que permitan concretar sus ideas y deseos en auténticos cuadros.
Los paneles de Safont adquieren sin embargo una dimensión imposible de conseguir con la pintura habitual al óleo o sintética. La propia naturaleza del soporte, el azulejo, permite su integración de forma innata en construcciones, especialmente paredes. Son cuadros cerámicos con posibilidades expositivas como los cuadros de otras técnicas, pero a su vez adquieren una magnitud especial cuando se integran en una construcción, por ejemplo cuando son instalados como murales. No es casualidad que murales de Safont haya por muchos y destacados lugares (desde el Japón a tantos rincones de España) siempre integrados magníficamente en el espacio. Probablemente, aunque paneles de menor formato haya creado con una calidad única, sea en esos murales donde la fuerza y el trabajo del artista consiguen trasmitir con mayor intensidad todo aquello que un autor propone más todo lo que el espectador es capaz de asumir. Si toda obra de arte no se concluye hasta que quien la ve la digiere, en el caso de los murales de Manolo Safont la oferta para quien a ellos se acerca ofrecen una inconmensurable cantidad de propuestas que van desde la técnica a las formas, desde el color a las texturas, desde las interpretaciones sociales a las proposiciones sentimentales…
En definitiva, unos cuadros o paneles que elevan al útil azulejo a la condición de arte, y arte capaz de equipararse a cualquier otra manifestación creativa. Un soporte, el azulejo, que gracias a Manolo Safont adquiere una nueva dimensión que posibilita nuevos caminos y propuestas al producto industrial más característico de nuestra tierra.
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